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¿Pensando en el cambio?

Hoy en día en Chile (y en gran parte del mundo occidental), una parte importante de personas (en su mayoría menores de 40 años), hablan y se manifiestan a favor de querer un cambio radical frente al poder que detenta una minoría. Este fenómeno no es nuevo (mirando la historia), y es absolutamente entendible en vista del estado actual de las diferencias sociales y económicas que existen. A lo largo de la historia, cuadros similares han sido la antesala de revoluciones o cambios sociales que, varias veces, han terminado en cambios de Gobierno que "prometen" grandes cambios. Subrayo "prometen" porque esa es la clave del proceso que "la masa social" (de la que yo y todos somos parte), creo que no ve con objetividad.


Hoy el "sesgo" social está por un cambio radical, es decir, hay una demanda por escuchar y sentir que alguien o un grupo de políticos va a traer ese cambio y ese cambio comienza con promesas (discursos, panfletos, publicidad, "shows", etc.), para captar votos, y es natural el surgimiento burbujeante de figuras que "prometen" con muy buenos discursos y banderas de lucha (que serían la oferta de promesas que hoy está satisfaciendo esa demanda por el cambio). Esa es la tendencia, se quiera ver o no. Por lo tanto, a la gran mayoría hoy no le interesa escuchar promesas de los que perciben son "los mismos de siempre" o que parecen serlo o que vienen del status quo con quienes se asocia al "poder", y se van a escuchar a lo que "queda" que es poner su atención en promesas "radicales" de cambio sin importar si vienen de personas con trayectoria o su experiencia o preparación. Es como si todos gritáramos: "Queremos sentir que se viene un cambio, no importa quien lo traiga, no importa si está preparado o no, si tiene experiencia o no, lo que importa es que nos prometa un cambio y que nos convenza. No queremos a nadie que parezca o se asocie a los mismos de siempre". Si esa es la frase de la sociedad, se me viene a la mente una famosa: "Be careful what you wish for, you’ll probably get it".


Lo anterior si bien es entendible, es preocupante a la vez porque ese pensamiento hace un prejuicio de todas las personas que parece que reflejan el status quo y, a su vez, esas personas que pueden ser muy capaces, como no son o no quieren ser conscientes de ser parte de ese grupo, siguen con discursos parecidos (quizás algo maquillados por la sed de cambio que se percibe), y eso retroalimenta la sensación de desconfianza (sean o no buenas las propuestas), es decir, no se "desmarcan". En cambio, como ese "sesgo" (entendido como la tendencia no objetiva hacia una idea), viene de un fuerte sentimiento de percibir y sentir un cambio social, se escucha y privilegia en las intenciones de voto a personas que no tienen la preparación ni la experiencia para cumplir lo que prometen y, no sólo eso, los votantes de este sector que quieren un cambio radical, a mi juicio, no tienen claro las consecuencias a nivel social y económico de lo que significaría el cumplimiento de los cambios que prometen estos políticos que canalizan el descontento, de hecho probablemente no les interesan esas consecuencias ni evaluarlas o pensar sobre ellas, porque su sed de cambio es tan grande (su sesgo), que ese sentimiento nubla su juicio. Parte de lo anterior, puede deberse a la siguiente idea inconsciente (con sabor a desesperación y ansiedad), que está detrás de eso: "y si no es con las personas que prometen un cambio, ¿con quién, lo logramos?", es decir, ellos mismos se encierran en un cuadro de votar por quien sea prometa lo que quieren escuchar sin evaluar bien la consecuencia de esa decisión (lo que está motivado por las ansias de algo distinto).


La clase política tiene un incentivo a prometer más de lo que puede cumplir (se podría decir que, en una escala porcentual, algunos cumplen el 10% de lo que prometen y otros el 50% pero casi nadie - por no decir, nadie - cumple todo lo que promete, y menos lo sobrepasa), para captar votos y la memoria social es de corto plazo (en parte porque no queremos ver las lecciones de la historia que nos dice que no es tan fácil como votar por los que nos venden el cambio para lograrlo). Algunos sin duda lo hacen con toda la intención de cumplir, otros probablemente sin la intención de hacerlo pero, en mayor o menor medida, dicen y prometen lo que la gente quiere escuchar para que voten por ellos. En este sentido, los políticos en general, independiente de su intención, nos hacen una permuta en cada elección: compran nuestros votos a cambio de promesas de hechos, no de los hechos que prometen. Por lo tanto, el valor presente de cada elección de cada político es lo que uno espera, razonablemente y evaluando (no queriendo creer simplemente), que porcentaje de lo que es prometido se cumplirá. Para evaluar eso, como para evaluar a cualquier persona con la que se quiere emprender algo (una relación de amistad, de pareja, empresa, viaje, a quien se le quiere dar los destinos de un país etc.), hay que evaluar quién es esa persona y eso implica lo que ha hecho y lo que ha dicho y también la factibilidad de que pueda cumplir lo que promete.


Esto último, en uno de muchos esquemas de análisis que se podrían realizar, podría depender de 4 factores: Primero, de lo evaluado en el punto anterior (es decir, quién es y qué es lo que ha hecho y qué es lo que ha logrado); Segundo, de evaluar las consecuencias de lo que promete (para lo cual hay que pensar, aprender e informarse, lo que toma tiempo y no se logra en un asado o conversa informal con "amigos"); Tercero, de la capacidad y factibilidad de hacer alianzas políticas para lograr lo que promete (lo que depende del primer factor y del mapa político con los otros políticos y partidos; este punto es importante, porque el candidato puede ser muy capaz, puede tener un muy buen plan pero no puede hacerlo sólo - a no ser que sea dictador o esté pensando en dar un "golpe" -, sino que necesita a los otros partidos políticos); y Cuarto, del entorno social, económico y mundial en el que le tocará gobernar (teniendo los tres elementos anteriores, no da lo mismo si se produce una crisis financiera de proporciones en China por ejemplo, y el Cobre cae 50% y se produce una recesión en Chile, o si hay una guerra que dispare el precio del petróleo y los otros commodities y la inflación aumente a 10% o más al año o existe un entorno de estabilidad social y económica y crecimiento).


Por lo tanto, hay que recordar algo importante: a nivel político, cuando el cambio es radical, nada asegura que eso vaya a ser mejor y, al contrario, el resultado de ese cambio puede ser peor o mucho peor independiente de que lo querías para ti, para tus hijos o para ayudar a otros segmentos (niños, acabar con la pobreza, mejor educación, etc). Entonces, además de la persona y su plan y su capacidad de hacer alianzas para cumplir lo que promete, hay que pensar en alguien que sea capaz de liderar el país y generar unión (y no división o polarización), en caso de una crisis, es decir, un buen "capitán de barco".


Lo díficil de ese análisis, es que varias veces se puede llegar a la conclusión de que simplemente ningún candidato está a la altura porque todos tienen alguna "yaya" que los haría descartables para la responsabilidad que se les quiere encomendar. En ese caso, hay que recordar que varias veces "lo ideal es enemigo de lo bueno", y, como no se puede tener en la realidad al candidato ideal (quizás en algunos cientos de años o décadas se pueda clonar o hacer una fusión de los genes de los mejores líderes de la historia), sería razonable pensar en descartar a los que parecen ser menos capaces (siguiendo un esquema de análisis como el de los cuatro factores enumerados arriba), y quedarse con el que parece "mejor" o el "menos malo", al menos en el papel.

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